Leoncio y Leopoldo eran dos jóvenes leones que vivían en la extensa planicie del Serengueti en África, específicamente en la región de Tanzania. Ambos pertenecían a la manada del rey Leonidas III, el padre de los dos cachorros. Los dos amigos habían nacido con una semana de diferencia, porque eran de distintas madres, pero se habían criado juntos y como eran de la misma edad, se parecían bastante. Leoncio nació primero, era hijo de Kampala, una hermosa y valiente leona que presumía de ser la mejor cazadora del Serengueti. Leopoldo era hijo de Kalika, una leona joven y hermosa que era aceptada por toda la manada, porque era muy servicial y trabajadora.
Los dos felinos salvajes siempre habían compartido sus juegos y aventuras, perseguían a las jirafas, a los ñus, a veces hacían carreras de velocidad con los guepardos, aunque siempre perdían, puesto que los guepardos o chitas son los animales más veloces de la sabana africana, en algunas ocasiones ensayaban sus rugidos tratando de asustar a los monos, que se reían de ellos, porque los rugidos de los cachorros ¡no asustaban a nadie!
El tiempo pasó inexorablemente en la sabana africana…
Los amigos crecieron; le apareció a cada uno una frondosa melena. La de Leoncio era de un color café claro como la de su padre el rey Leonidas III, sin embargo, la de Leopoldo era de un color amarillo dorado que brillaba como una espiga de trigo cuando el viento la ondeaba. Ambos leones tenían los ojos de color café, colmillos largos y afilados y eran muy fuertes y robustos. Eran tan buenos amigos que sólo peleaban cuando “jugaban a pelear”, no se daban zarpazos asesinos, sino sólo de entrenamiento, cuidando de no provocarse sangramiento. Los dos compañeros habían acordado una forma de comunicarse en caso de peligro: Se trataba de avisarle al otro emitiendo un fuerte rugido de larga duración seguido de otro igual de fuerte, pero más corto.
Un día, en pleno entrenamiento, los dos leones estaban corriendo por la extensa pradera, persiguiendo a unas cebras. Leoncio estaba muy cansado y sediento, se dirigió a beber agua en una pequeña laguna que se había formado con la última lluvia, estaba tan ensimismado que no se dio cuenta que desde lejos una jauría de hienas observaban a los dos amigos, esperando que uno de ellos se separara del otro para atacar. (Hacía mucho tiempo que querían hacerle daño a alguno de los leones, pues los odiaban), las muy villanas se acercaron sigilosamente para agredir y matar a Leoncio. Eran alrededor de 25 hienas hambrientas que lo acecharon en un círculo. Leoncio se defendía, tratando de enfrentarse a cada una que se le acercase, pero eran demasiadas y lo tenían cercado y sin escapatoria. Las muy cobardes, actuaban en grupo para derribarlo, pero Leoncio corría de un lado a otro tratando de ahuyentarlas, dando zarpazos y tratando de morder a la que se le aproximase. El pobre Leoncio estaba tan desesperado que sin saber cómo, emitió un rugido tan fuerte como pudo, y enseguida se acordó de su amigo Leopoldo, entonces ¡Lanzó un rugido largo y otro más corto como habían ensayado tantas veces!
Leopoldo que buscaba a su amigo vio a lo lejos unas manchas grisáceas y café. Se dio cuenta que un grupo de hienas atacaba a algún animal, pero cuando escuchó el rugido de su hermano del Alma acudió inmediatamente en su auxilio.
Cuando llegó al lugar donde las malvadas hienas tenían acorralado a su compañero de juegos y gran amigo, ambos empezaron a rugir y a dar zarpazos a las cobardes que se dispersaron rápidamente y huyeron despavoridas…
Al cabo de un rato, las hienas habían huido lejos, ya no se divisaba ninguna. Cuando la amenaza terminó, los amigos se abrazaron y festejaron la victoria y la gran muestra de lealtad y compañerismo entre ambos, además también celebraron, porque se dieron cuenta que ya eran dos leones adultos y que sus rugidos ¡Eran más fuertes que el trueno!
Leoncio y Leopoldo prometieron que nunca se separarían y que iban a formar la gran manada del Serengueti, en la cual, los dos serían los jefes, ya que, gobernarían por turnos para no perjudicar su gran amistad. Además, se comprometieron a no pelear ni hacerse daño entre ellos, siempre se preocuparían de mantener el orden y la disciplina del grupo, y juraron que cuidarían y defenderían siempre a la gran manada del Serengueti.
Del Libro "El S.O.S. de los Animales ¡Urgente!". © 2020 María Josefina Cerda. Todos los Derechos Reservados.